Aquella jornada recordó a los Días Antiguos. Se refutaría inconcebible que ninguna fuerza terrena pudiera precipitar el ocaso de nuestras razas. ¿Quién no sintió la muda congoja a la vista de tan magníficos ejércitos? La élite Asur, Asrai, y -porqué no decirlo- también de los Hijos de Grugni, se dieron cita para rechazar a la oscuridad.
Filas de disciplinados Altos Elfos con sus pendones al viento formaban en el centro y en el flanco izquierdo. Los nobles corceles piafaban inquietos ante la inminencia del choque. Enanos ceñudos recubiertos de acero formaban en el flanco derecho y en el centro junto a los Asur, recordando tiempos mejores de ambas estirpes, anteriores a la Guerra de la Barba. Y de forma salteada entre ambos, la hueste Asrai, camuflados en el terreno, con sus arcos y acero prestos al combate. Tal era la fuerza primigenia de aquel lugar que los bosques cobraron vida ante la presencia de la corrupción. Incluso una pequeña parte de la esencia del Cazador se manifestó furiosa para rechazar al enemigo.
Enfrente, la mil veces maldita raza Druchii desplegó sus negros estandartes ante nuestro flanco derecho. En el centro, los Príncipes de la No Muerte osaban mancillar la tierra con los tambaleantes pasos de criaturas antinaturales invocadas con magia prohibida. Y ante nuestro flanco izquierdo, ingentes hordas de inmundas aberraciones adoradoras de la Rata Cornuda, con sus execrables máquinas, parloteando sus amenazas en un lenguaje incomprensible.
Comenzaba a amanecer. Alentados por la llegada del nuevo día, Leones blancos y Rompehierros ocuparon la Mansión Fortificada que se elevaba en medio del campo de batalla, dispuestos a resistir hasta la llegada de refuerzos. En los flancos, las tropas montadas de los Altos Elfos cargaron sobre el enemigo, mientras que la furia de la cacería hacia presa en las tropas Silvanas lideradas por el espíritu salvaje del bosque, avalanzándose sobre hidras y las asesinas psicópatas.
La magia se debilitó y la tormenta cesó. Las máquinas enemigas aprovecharon para apuntar mejor y un malsano rayo disforme acabó con el mago dragón y su montura. Los lanzavirotes y las ballestas segaron muchas vidas mientras la horda no muerta puso cerco a la Mansión.
Los espíritus del bosque, hastiados de tanta maldad -Arbóreos y Hombre árbol- despertaron de su letargo y se prepararon para repeler a los invasores. La caballería Asrai abatió con sus disparos a las dotaciones del cañón de disformidad y los lanzavirotes. Las dríades intentaron desalojar a los Druchii del bosque, mientras que los cazadores salvajes intentaban retrasar el avance enemigo en el flanco derecho. Los Asur por su parte continuaron luchando contra los skaven del flanco izquierdo. El centro seguiría resistiendo mientras quedaran hijos de Grugni capaces de empuñar un arma.
La batalla parecía controlada, pero todo pendía de un hilo. Y en ese instante aciago, el ominoso tañido de la Campana Gritona Skaven ensordeció el campo de batalla. Los edificios se desmoronaron, sepultando a un gran número de bravos Enanos bajo los escombros. Los Leones Blancos fueron suficientemente rápidos como para salir a tiempo de la Mansión Fortificada en ruinas, quedando a expuestos a los no muertos que se acercaban rápidamente. Esa máquina infernal debía ser silenciada.
Los combates comenzaron a convertirse en escaramuzas, aquí y allá, hasta donde alcanzaba la vista. Cualquier atisbo de línea de batalla se perdió y cada regimiento luchaba por su vida. Grandes gestas se fraguaron entonces, del mismo modo que pérdidas irrecuperables marcarán la historia de cada raza. Héroes de renombre sufrieron heridas de gravedad y tuvieron que abandonar la lucha. Regimientos enteros lograron gloria suficiente como para componer baladas, mientras que otros fueron exterminados y se sumarán a la lista de agravios que deberán ser vengados.
El infame Heinrich Kemmler fue malherido por los Leones Blancos de Cracia, quienes a su vez vieron como su propio campeón -Khoril- debía abandonar la primera fila. La Guardia del Fenix lograba abatir al caudillo y el portaestandarte Skaven, pero a cambio perdieron a Caradryan. El Fénix de Hielo daba cuenta de Lokhir que perdió a todos sus Corsarios -y al peligroso asesino que los acompañaba- gracias a los proyectiles combinados de Enanos y Elfos Silvanos. El ímpetú de Orión lo llevó al centro del ejército Druchii, y será necesario esperar a la próxima primavera para escuchar el cuerno de la cacería en los bosques del viejo mundo.
Drycha desapareció de los bosques junto a un gran número de dríades ante la magia maligna de la Guardia Tumularia, mientras que un certero disparo de catapulta consiguió retirar del campo de batalla al oscuro Lord Wallach, cuya hueste comenzó a debilitarse. El ingeniero enano no podría presumir mucho tiempo de su destreza, pues los Acechantes Nocturnos Skaven aniquilaron todas las dotaciones de las máquinas de guerra.
La ira del Hombre árbol ante la corrupción que rodeaba la Campana Gritona lo llevó a atacar con furia desmedida la horda Skaven y al Vidente Gris. Con el apoyo del propio Durgrim de Az-Karak al mando de sus fieles Martilladores, que acababan de aniquilar el Carruaje Negro, la unidad rátida fue aniquilada, si bien el señor enano lo pagó con serias heridas. El Señor de la Muerte Snikch también tuvo que abandonar la refriega, aunque previamente se encargó de eliminar al Archimago Asur. El propio Señor de Tor Achare y su portaestandarte de batalla se vieron obligados a una retirada ante el empuje Skaven. Los Arbóreos tampoco estaban dispuestos a permitir a los Monjes de Plaga contaminar los bosques sagrados, logrando abatir al Sacerdote de Plaga en Pebetero y reducir la unidad de Druchii ballesteros de la colina, antes de ser eliminados por los vapores tóxicos.
Glam, el fiel Bailarín Guerrero de Scarloc se sacrificó luchando en solitario contra las asesinas psicópatas, logrando retener la unidad trabada hasta la llegada de Ungrim Puñohierro al mando de los Matadores. La sacerdotisa fue eleminada y todo su regimiento pagó por las muertes causadas, entre ellas la del propio hijo de Burlok, aunque no se sabe con certeza si logró escapar con vida a pesar de sus graves heridas. El Señor Rúnico tampoco pudo terminar el día, no sin antes asegurarse que el maldito ingeniero brujo teminaría sus ruines fechorias allí mismo. La magia nigromántica comenzó a desvanecerse y el Sagrario Mortis se consumió en una explosión que causó bajas en ambos bandos, en especial Kaia la Cantora de los Árboles al mando de los Forestales de Scarloc.
Demasiadas bajas que lamentar para que nadie pudiera celebrar triunfo alguno. Un paso más hacia la desaparición de las razas antiguas del Viejo Mundo. Scarloc, aquel que aún recuerda cuando las colonias vivian sujetas a la voluntad del Rey Fénix, parece condenado a presenciar cómo todo aquello que debe ser protegido es cada vez devorado con más ansia por la oscuridad. Si los Hombres no logran reunir el valor suficiente para hacer frente al mal... ¿qué destino aguarda al mundo?
Extraído de las memorias de Félix Jaeger
Tomo IV Libro IX Capítulo III
"Mi encuentro con el bardo de Athel Loren"
Espectacular entrada. Digna del evento al que se refiere.
ResponderEliminarHubo tantos momentos importantes y espectaculares que daba para todo un libro de Gotrek y Félix.
¡¡Hay que repetir!!
Pues 4 años más tarde, ahí vamos...
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